Es curioso descubrir que algunos de los debates sobre urbanismo que se dan hoy en los concejos y en las aulas de las universidades, tuvieron sitio alguna vez en el pasado. Lo que confirma que la vida de lo hablado, de lo que se dice, incluso en los corrillos de conversación casual, tiene una existencia cíclica; es decir, vemos que nacen, se reproducen y mueren. Luego, tarde que temprano, resurgen de nuevo, entran de nuevo en ese ciclo biológico. Pues verán, en el presente discurre una discusión en los  concejos  municipales de las tres grandes ciudades del país, y por supuesto, en el ámbito académico de algunas universidades que en sus facultades estudian el asunto del arbolado urbano. Se preguntan ellos cuál es el criterio que debe tenerse para seleccionar las especies de árboles que convendría sembrar en las calles de la ciudad.

Es muy singular que esta misma pregunta suscitara un debate en el Concejo de Medellín y en la Sociedad de Mejoras Públicas hace exactamente 100 años. Eso quiere decir que estamos hablando de un tema que trasciende la apariencia estética de la ciudad; que ésta es una pregunta que aborda además aspectos ambientales, sociales, económicos, políticos, culturales y prácticos. Es claro que la respuesta a ella no es una decisión tomada a la ligera, ni se trata de solo dar embellecimiento a las avenidas.

En La Organización, un periódico de Medellín que cerró sus puertas en marzo de 1913, el  señor Tomás Uribe Márquez, presidente de la Sociedad de Mejoras Públicas, fundador de esa casa editorial y un reconocido líder socialista de comienzos de ese siglo le había solicitado a Don Lázaro Botero, un reputado hacendado, comerciante y urbanizador de la Villa de Nuestra Señora de La Candelaria de Medellín, que terciara sobre la discusión y diera su opinión al respecto. La respuesta de Don Lázaro salió publicada en la edición de agosto 29 de 1810. Extraigo de ella algunos apartes que podrían dar luces a nuestros honorables concejales de todos los poblados de Colombia sobre qué criterios deberían tener en cuenta para el arbolado urbano.

“Sr. D. Tomas Uribe Márquez

Muy apreciado señor mío:

Recibí oportunamente su Nota, fechada el 2 de junio último, en que la respetable Sociedad de Mejoras Públicas, por su apreciable conducto, se ha servido preguntarme: «¿Cuáles serían los árboles de rápido crecimiento y de fácil adquisición, apropiados para ser sembrados en las avenidas de la ciudad?»

(…)

“Entre  los árboles oriundos de nuestro Valle que crecen con alguna rapidez suelen verse especímenes que presentan formas hermosas y desarrollo extraordinario, debido a una colocación excepcional, en que más de tener un suelo provisto de detritus vegetales, están regados por aguas puras que se escurren lentamente; pero son en su mayoría o totalmente, tipos de árboles vulgares  escasos de belleza, como son los Higuerones, los Guamos, los Aguacatillos, y el Búcaro, y el Pisquino (ya aclimatados).

“Usan en algunos países, para improvisar bosques y alamedas, trasplantar árboles bastante grandes, suprimiéndoles las ramas más salientes y las raíces más extensas, y sacándolos de una localidad en que abunde el tipo escogido, como dicen nuestros cultivadores de café: con candelero.

(…)

“Se podría, no habiendo aquí en nuestro suelo, un árbol bien apropiado y cuyo cultivo no cause a la Sociedad gastos notables de tiempo y de dinero, porque con tiempo y un poco de dinero podrían hacerse las alamedas del árbol conocido en el Distrito de Fredonia con el nombre de Dormilón, árbol que es en el reino vegetal lo que el Pavorreal en el reino animal (…); se podría, decíamos, hacer las alamedas de Pomos. A este árbol le daría yo mi voto, por las razones siguientes:

“Siendo el suelo de Medellín muy variado en su composición, indudablemente por haber sido formado en la parte alta por las crecientes de la Santa Elena, y estar en unas partes compuesto de piedras grandes, en otras de piedras pequeñas y de arena y tierras amarillas estériles, se hace necesario buscar un árbol que se acomode a la suerte que le toque, y ese árbol es el Pomo.

“Tiene el Pomo, a más de prosperar en cualquier parte, la belleza de su follaje; su bella forma cuando crece solo; su flexibilidad que lo defiende del viento; sus flores hermosas; su igualdad en el color del follaje y del cañón, y su vitalidad que lo hace apto para ser cortado en toda la alameda y verla levantar de nuevo como á cordel.

Sin duda alguna, en las ciudades, villas y poblados de hoy no persisten las limitaciones que denuncia la carta. Los estudios de arborización urbana son mucho más amplios y especializados en el presente que en aquellos años; el empirismo del pasado, si bien nos dejó notables enseñanzas, en la actualidad tales debates, exigen un rigor técnico. Lo interesante de todo esto es, que, aunque las recomendaciones de Don Lázaro no son respuesta suficiente para las necesidades urbanas actuales, sí evidencian el interés que existió en los albores del siglo XX por armonizar lo urbano con la naturaleza.

Julio Cesar Maya Guerra
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